Soy Vacío
Dejé de releer las páginas antes de acabarlas. Pensé que jamás pararía. Lluevo, trueno y granizo entre las entrañas de la luz que me vio nacer. Aquella luz resbaladiza. ¿Por qué estoy viva? Me han dicho que es milagro, que es contingencia, que es contradicción. Que el aire no vuela, que al parecer yo tampoco. Que quizá es un mismo sentido el que me adopta de vez en cuando, cuando estoy aquí. Me adopta y me vuelve huérfana con cada pellizco que me hace más sensible. Por casualidad, por mala suerte, por idiota. Entonces me acurruco hasta que las rodillas me tocan el pecho y me rodeo con mis propios brazos para ver si me acuerdo de la última vez que me abracé así: Sin soltarme. “Soy malagradecida” “Nadie me enseñó a decir adiós” Me dicen que los que se van, se van. Y los que no… Se despiden. Ni un suspiro. ¿Cómo se escapa? ¿Con la banalidad de las entrañas? ¿Con el cuerpo hecho “bolita”? ¿Sin la luz que te vio nacer? ¿Con un adiós? Volteo al cielo, volteo al suelo… cuestiono la razón. Y razono esta cuestión: ¿Por qué avanzo en el sentido del sentido que se perdió? Lo busco entre las manchas de la ropa, de café, del cuello amarillo de mi camisa que me reitera que todo es imperfecto, y sucio, y repugnante. “No quiero creer, no quiero creer” Dejé de hacerlo. Y ahora me pregunto cómo creía en primer lugar. El monólogo corroído también es sinónimo de violencia. Irónico. Irónico como la película que me alberga el espacio entre el cerebro y el pecho. Ese que está conectado por una delgada vena que me grita: “Ojalá suceda”. Ojalá suceda algo a partir de entonces. A partir de aquí, que en un futuro se volverá un “entonces”. “Ojalá sucedas”, me dice. Ojalá acontezcas con todo el esplendor con el que te has estado esperando a suceder. Porque aún no sucedes. Aún no te engendras. Aún desafías tu mirada con nadie alrededor. Y ese “nadie” te molesta, te grita, te derrite. Te derretiste antes de tiempo y viste a los demás acontecer. “Está bien... sálvalos”. Me repito. “Sálvalos de regreso.” Yo me quedo en la banqueta. Esperando lo inesperado, Creyendo lo increíble. Volviéndome inamovible… (Quizá) El frío comienza a agrietarme la piel y me repugno de romantizar siquiera la mitad de las palabras que acabo de escribir. Lo borro todo, y lo repito. Y lo medito. Y me doy cuenta de que… aunque poco acontecida, Soy indeleble. Soy el “in” de todo lo que sí acaba de suceder. Soy el abismo entre el mártir y el héroe. Soy espacio vacío. Sin posibilidades, sin potencia, sin gritos, sin giros, sin revueltas. Soy espacio. Soy vacío. Soy vacío.
Te abrazo,
Anilu