Mi amigo me dice, que no puede tener un mal día si ve su amanecer o su atardecer. Mi amiga me cuenta, que se percata del rumbo que toman las cosas, y sonríe de saber que no están en su control. Mi amigo me repite, que camina por las calles llenas de extraños, con la única esperanza de reflejarse en la sonrisa de alguien…
Entonces me cuestiono esta mundanidad, tan producto de mí.
Estos días, la luz del sol casi no se cuela por los lugares vacíos que se nos quedan en la piel. Se hace más presente el sentirse dolor, que doler sin sentirse ¿No crees?
El cuerpo pesa, las miradas se pierden, el ruido aumenta… todo parece desvanecerse, y tú y yo, con ello.
Tiendo a desconocerme cuando las sombras en mi mirada se apoderan de mis ganas de buscar. Entonces, termino correteando las mil y una ideas que circulan en mi cabeza con unas ganas inmensas de detenerlas y preguntarles… ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo llegaste?
Empiezo a creer que algo saben de mí para llegar ahí, y quedarse. Empiezo a creer que algo no sé de mí para que, también, lo permita.
Hay algo en días como estos que hacen que me desconozca en los espejos, y mis pupilas lo notan. El café me sabe más amargo de lo usual y mi paladar busca algo dulce. Porque no estoy acostumbrada a pasar los tragos amargos solos, pero sí, lentos.
Y por eso en estos días, me viene bien tenerme un poco más de paciencia de lo usual. Porque de tantos años de conocerme, (creo) que me he percatado que no sirve de nada correr, presionar. Me he convencido de que mi alma tiene su propio ritmo, y que soy yo quien debe aprender a bailar su vals.
Por eso, hay días, en los que me gustaría ser más así: ese atardecer que siempre regresa, ese destino incesante y esa luz en la sonrisa de alguien, para también poderme decir… “Sabía que volverías”.
Te abrazo,
Anilu
Bella prosa. Como el tango que dice en sus estrofas: "Volver... Con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi cien."